martes, 4 de noviembre de 2014

La muchacha de la sombrerera (Devushka s korobkoy, 1927)




 La muchacha de la sombrerera de Boris Barnet es una película muy alejada en formas e intenciones de la icónica El acorazado Potemkin de Sergei Eisenstein, por poner el ejemplo más paradigmático del cine mudo soviético. Una comedia que evita los grandes tonos y exaltación revolucionaria y se centra en narrar una sencilla historia que bebe mucho del slapstick clásico de Chaplin, Keaton y similares, y al mismo tiempo proporciona un escenario que recuerda en bastantes aspectos a la screwball comedy posterior. Así pues, su trama principal es la relación de la joven Natasha con el torpe y grosero Ilya, sin obviar los enfrentamientos de la protagonista con Madame Irène, la dueña de la sombrerería para la que trabaja, y su vago y aprovechado marido; y los intentos de su pretendiente Fogelev por llamar, sin éxito, su atención.

La cinta avanza con un ritmo alocado y sorprendentemente bien gestionado -en alguna ocasión un poco errático, pero nada reseñable- hacia una fábula sobre la justicia social, desarrollando de paso una encantadora y poco ortodoxa historia romántica. Su mensaje, aunque tratado con cierta sutileza y sin poner excesivo énfasis narrativo, condena y se burla de la división de clases ejemplificada en la esperpéntica situación de la habitación alquilada. No falta tampoco una crítica bien cargada contra los trepas que viven del trabajo de los demás aprovechándose de sus buenas intenciones.


 

Anna Sten como la protagonista, Natasha, es el motor de la película con una actuación magnífica, que sobresale por encima del resto -sin desmerecer en absoluto el gran nivel interpretativo que ofrece todo el reparto- y que aporta una naturalidad tremenda a la narración que contrasta con el tono alocado y liviano que está presente en toda la cinta. Su interpretación, a base de gestos y reacciones, crea un personaje transparente, a quien resulta fácil entender, y que al mismo tiempo conserva una gran capacidad de compenetración con los demás en la vertiente más cómica y exagerada del filme.

Es la cercanía que generan los personajes la clave del mayor éxito de La muchacha de la sombrerera, ser capaz de trascender a partir de una historia breve y esquemática que de otro modo carecería de emoción. En la que probablemente es la secuencia más memorable, Natasha e Ilya duermen juntos en la habitación. De repente, a ella se le ocurre gastarle una broma haciéndole creer que hay una rata, lo cual, para su sorpresa, acaba ocurriendo de verdad. Esta cercanía momentánea y amistosa de los personajes termina al día siguiente cuando Natasha se ha marchado sin previo aviso e Ilya vuelve a encontrarse solo en la habitación. No hace falta más para describir la complejidad e incomodidad de una relación que avanza a través del tanteo mutuo.

 



 Otro gran acierto de La muchacha de la sombrerera es su montaje, con un uso de recursos visuales en ocasiones sorprendentes y experimentales pero en todo caso muy bien puestos en contexto, mediante los cuales se pone énfasis en las sensaciones transmitidas por la historia y personajes. Por poner un ejemplo, una escena en la que Ilya y Natasha hablan en diferentes planos y que es resuelta enfocando y desenfocando sus rostros según dialogan, con el objetivo de reforzar la perspectiva de cada uno.
 
 El humor, de estilo absurdo/slapstick clásico, logra en su mayor parte dar con la tecla y mantener el tono de inmediatez y espontaneidad que está presente en todo el filme; tal vez en ese aspecto fallen las primeras escenas que contrastan repentinamente con lo descrito hasta el momento. Aunque no descarto que esto en concreto sea culpa mía por construir expectativas que no tenían nada que ver con la realidad, y en concreto, esperar un tono más grave en una película que destaca precisamente por lo contrario, por su ligereza.





Por otro lado, y con todos sus aciertos expositivos, es en la narración donde encuentro más aspectos criticables. Tal vez por la escasa duración de la película, aparecen ciertos giros en la forma de comportarse de los personajes en los que me da la sensación de ir dos pasos por detrás. La reacción tan airada de Irène y su marido a la presencia de Ilya en la habitación, por ejemplo, se me hace difícil de comprender, y el desarrollo de los acontecimientos desde entonces un poco extremo con decisiones bruscas a mala fe.

Tampoco es muy de mi agrado que se relegue a Fogelev a un rol secundario, porque en sus espaciadas apariciones se puede ver un personaje interesantísimo -y divertidísimo- que en su inocencia bobalicona esconde la frustración por no verse correspondido. Y ya rascando un poco, también podría decir que me ha fallado la escasa presencia de Natasha en su hogar con su abuelo, confeccionando sombreros, que tan buenas sensaciones daba en el inicio de la historia.

Pero en cualquier caso, ninguna de estas pegas hace mella en los aciertos de esta película. Parece absurdo que esta entrañable y muy meritoria cinta surja de un encargo gubernamental para anunciar billetes de lotería, al que Barnet de la vuelta centrándose en la perspectiva humanista de sus personajes, y regalando una historia sencilla, muy divertida y por momentos preciosa, que permanece en la memoria consolidando las buenas sensaciones que genera en el momento de su visionado.

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